Al entrar en la antigua edificación del Poblat Marítim la oscuridad y humedad inundaban los sentidos, como si la luz y la brisa del mar nunca alcanzara su interior. Necesitábamos devolverle claridad, vida y conexión con su entorno.

Durante el transcurso de la obra se descubrieron las puertas de madera con vidrieras azules que transforman la luz interior, así como fragmentos de pavimento hidráulico ocultos bajo el suelo existente.

Al derribar los volúmenes añadidos al fondo de la parcela se reveló el patio, y con él, la oportunidad de abrir la vivienda hacia el exterior. Para reforzar esa relación se proyectó un nuevo volumen de estar, donde el pavimento de barro actúa como nexo continuo entre el patio y el interior.

Las formas curvas de la escalera y del volumen junto a la piscina generan un juego cambiante de luces y sombras que modifican la percepción del espacio a lo largo del día. La materialidad, trabajada desde el respeto y admiración hacia lo preexistente, logra que la vivienda evoque el espíritu del lugar y lo haga presente en cada rincón.